El padre Mateo Álvarez Serna, colombiano, es el nuevo sacerdote del Patriarcado Latino de Jerusalén, formado en la Redemptoris Mater de Galilea. A los 27 años, recibió la dignidad de presbítero por la imposición de manos del obispo Pierbattista Pizzaballa el pasado 24 de junio, solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, en la iglesia de Domus Galilaeae.
“Sé como Juan el Bautista, un anunciador incansable, fiel y sin compromisos, de la pertenencia al Señor. Que puedas ser resplandor de la luz pascual, del crucificado y del resucitado. Serás don, oferta, vida, gozo, alabanza. Ésta es la vocación de la Iglesia de Jerusalén para la Iglesia universal, ser testimonio de fidelidad a la Pascua”. Esta es, en síntesis, la exhortación y el deseo de Mons. Pizzaballa al nuevo sacerdote.
La ordenación presbiteral de Mateo Álvarez Serna, en el significativo escenario de la Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, en la Domus Galilaeae, se vivió en un ambiente de gran recogimiento y alegría, con la participación a distancia de su familia, que no pudo estar presente debido a la continua epidemia del Coronavirus, pero que a través de la conexión a Internet pudo seguir la celebración en directo. Concelebraron Mons. Giacinto-Boulos Marcuzzo, obispo auxiliar, P. Aktham Saba Hijazin, párroco de la parroquia latina de Rame, donde Mateo ha ejercitado el ministerio diaconal, P. Yacoub Rafidi, Rector del Seminario Patriarcal de Bet Jala, y muchos otros sacerdotes. También participaron en la celebración miembros de la comunidad neocatecumenal del P. Mateo del pueblo de Eilaboun, hermanos y hermanas que sirven en la Domus y el Seminario, y algunos religiosos.
El segundo de nueve hijos, en su adolescencia Mateo pasó por un período de crisis que lo alejó de Dios y de la fe que recibió de sus padres. La experiencia de la oración y el trabajo en Tierra Santa, en la Domus Galilaeae, le devolvió la alegría y la dignidad de un hijo amado por Dios, y le hizo descubrir su vocación sacerdotal.
“Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, autor de la dignidad humana y dispensador de todo don y gracia”. Con estas palabras, después de las Letanías y la imposición de las manos, el obispo invocó sobre Mateo el Espíritu de santidad y “la dignidad del presbiterado”, para que “con su ejemplo guíe a todos a una conducta integra de vida”. Esta oración del rito de ordenación puso de manifiesto la obra de gracia realizada hasta ahora en el joven, que hoy lo ha convertido en un regalo para la Iglesia.
La vocación de llevar el anuncio y la luz de la Pascua a las naciones, que tiene sus raíces en Jerusalén, y el verdadero significado de la consagración, estuvieron en el centro de la homilía. En ella el obispo Pizzaballa se detuvo en la llamada de Jeremías, en la primera lectura (de la liturgia vespertina de la solemnidad).
“Cuando el Señor eligió a Jeremías” – subrayó el Arzobispo- también lo apartó, separándolo de los demás”. Esto vale para todos nosotros, y hoy, en particular, para ti. Estás aquí porque has sido consagrado, y porque has decidido, en tu libertad, aceptar esta propuesta del Señor”. El Administrador Apostólico explicó que ser sacerdote “es ciertamente también un privilegio, un don”, pero significa pertenecer a Dios: “El Señor te ha elegido para un propósito específico, así que no podrás hacer todo lo que quieras, tu vida ya no es tuya. Toda tu existencia debe reflejar esta pertenencia. No tienes que complacer demasiado a los hombres: tienes que complacer a Dios en primer lugar, porque perteneces a Él y por esta razón estás un poco separado de los demás”.
Un discurso de padre a hijo, en el cual Mons. Pizzaballa no escondió ninguna dificultad. “Tú iras adondequiera que yo te envíe”, dice el Señor a Jeremías. Por eso: “No vas donde quieres. Pertenecer a otro significa dar cuentas a Él, y Él te dará las indicaciones. Tu misión tampoco te pertenece. Eres un instrumento en las manos de Dios, nada más”. “Lo que te mande, dirás”, es el mandato de Dios al Profeta. “En las homilías, tendrás que decir, primeramente, lo que la Palabra de Dios te dice. Si eres fiel a la consagración, y dices lo que Dios te ordena que digas – hay cosas que el mundo no quiere escuchar, pero que se tienen que decir, porque pertenecen a Dios -, si eres fiel a esto, sufrirás, tendrás soledad, quizás serás perseguido, incomprendido, pero perteneces a Él. Sabrás también que hay un límite más allá del cual el diablo no puede ir y que, a pesar de todo, Dios no te dejará: ninguno puede quitarte esta pertenencia”. Y añade: “En tu forma de hablar, debe resonar la Palabra de Dios, no la tuya, de lo contrario harás que la gente gire a tu alrededor: debes llevarlos a Jesús, no atarlos a ti. Esto requiere una gran soledad. Para ser pastor debes aprender a estar solo”.
Comentando el pasaje del Evangelio del anuncio del ángel a Zacarías, el arzobispo destacó que el hecho tiene lugar en el templo de Jerusalén, recordando que Mateo como sacerdote pertenece a la iglesia de Jerusalén. “No es sólo un lugar físico. La Iglesia de Jerusalén es la iglesia madre y tiene una vocación específica: ser la luz de los gentiles. Así también Jeremías es enviado a todas las naciones, y todas vienen y miran a Jerusalén”. El obispo Pizzaballa señaló seguidamente que “en la Jerusalén del Apocalipsis no hay ningún templo, en su lugar está el Cordero. La luz de Jerusalén viene del Cordero, que es la Pascua. En nuestra ciudad de Jerusalén, en Tierra Santa, hay muchas heridas, muchas divisiones, pero también debe haber la luz pascual: del Crucificado y del Resucitado”. De aquí la exhortación a Mateo: “Tendrás que resplandecer de la luz pascual, no solo porque celebrarás la Eucaristía, sino porque tu serás Eucaristía: serás dono, oferta, vida, gozo, alabanza. Esta es la vocación que la Iglesia de Jerusalén tiene para la Iglesia universal, ser testimonio de fidelidad a la Pascua”
La vocación del sacerdote se expresa dentro del pueblo, aunque si esto no se comprende siempre. “Tu estar aparte, encuentra su expresión en tu donarte al pueblo, a la gente. Así como son. En aquella porción de pueblo que te ha sido confiado, allí custodiarás el Reino”.
“Podrás comprender todo lo que te he dicho, si rezarás”, exhortó, recordando lo que le dijo un anciano sacerdote, cuando era joven Custodio de Tierra Santa: «Recuerda que, si quieres hacer tantas cosas, la primera es doblar las rodillas» “Es así – concluyó el pastor -: La primera cosa que el sacerdote hace es rezar. Tu pertenencia tiene que ser nutrida. La oración es el lugar en el cual nutres la relación con el Señor: donde tu ser consagrado, tu fuerza, tu fidelidad, viene alimentada y sostenida”.
El Bautista está llamado a hacer volver los corazones de los padres a los hijos y preparar al Señor un pueblo bien dispuesto. “Aquí está tu vocación, que es la de todos: preparar al Señor un pueblo bien dispuesto, orientar hacia él”. Por último, el deseo al joven presbítero: “Recemos todos juntos al Espíritu para que esté contigo, te dé la fuerza para ser como Juan el Bautista: un anunciador incansable, fiel, sin compromisos, de la pertenencia al Señor”.
Es difícil decir cuál fue el momento más intenso de la liturgia. Cuando el Padre Mateo, apenas revestido con la estola y la casulla por Padre Rino Rossi, se dirigió a la asamblea con los brazos extendidos, fue evidente, incluso desde lejos, la luz de gozo que iluminaba sus ojos y su rostro.
Antes del canto para encomendarle a la Virgen María, Mons. Pierbattista Pizzaballa quiso agradecer a los formadores: “Sobre todo a tus padres y la comunidad que te engendró en la fe”, dijo a padre Mateo: “la formación de los futuros sacerdotes es un servicio muy importante, quizás entre los decisivos: la próxima generación, a la que perteneces, dependerá mucho de cómo hayáis vivido estos años”. Después, volviéndose al Rector del seminario Redemptoris Mater, padre Francesco Voltaggio, y a los otros formadores dijo: “Gracias por vuestra paciencia, por vuestro servicio, no siempre gratificante, pero precioso para toda la Iglesia”.